Comentario
En Uruguay, tras el estallido de la Gran Depresión el país fue gobernado por el militante del Partido Colorado y seguidor de Batlle, Gabriel Terra. Sus poderes estaban limitados por la Constitución de 1917 y debía cohabitar con un Consejo de Administración de signo opuesto. Con el argumento de la crisis Terra reclamó más poderes y con el respaldo de la mayoría del Partido Blanco, de algunos grupos minoritarios del Colorado y de los terratenientes se convirtió en dictador en 1933. En 1934 se sancionó una nueva Constitución que repartía el Senado entre blancos y colorados y se proclamó la ley de Lemas (aún vigente), que permite a los grupos organizados de cada partido presentarse en solitario a las elecciones, aunque luego se suman los cómputos del conjunto. En 1938 Terra cedió la presidencia a su cuñado, el general Alfredo Baldomir, pero la alternativa entre neutralidad o intervención en la Senda Guerra dividió al Partido Colorado. En 1942 Juan José Amezaga reunificó a los colorados y logró una rotunda victoria electoral. Las elecciones de 1946 las ganó el candidato colorado y batllista Tomás Berreta, gracias a la ley de Lemas, pese a que el blanco Luis Alberto de Herrera había sido el candidato más votado. Sin embargo, su gran elección le permitió a Herrera reunificar el partido, dividido desde 1931. Las tensiones se agravaron en las filas del gubernamental Partido Colorado. Por un lado estaba el vicepresidente, Luis Batlle Berres, sobrino del caudillo, que se hizo cargo del ejecutivo a la muerte de Berreta. Batlle favorecía la modernización con industrialización y proteccionismo y la coyuntura iniciada en la Guerra de Corea ayudó a Uruguay en el logro de sus intenciones. En el otro lado estaban los hijos de Batlle, y si bien pretendían ser los legítimos herederos del batllismo, en la práctica seguían una política más conservadora.
En 1952 una nueva reforma constitucional introdujo un Ejecutivo colegiado, que a partir de 1954 fue controlado por Batlle Berres. En ese momento cedía el auge de Corea y surgían nuevos problemas en el horizonte económico. Los grandes ganaderos preferían exportar sus productos de contrabando a través de Brasil que someterse a una política de control de precios de inspiración peronista. Los pequeños agricultores se veían representados por Benito Nardone, un periodista radiofónico, que hablando del "hombre olvidado" sentó las bases del movimiento ruralista, que terminaría en el Partido Blanco. En las elecciones de 1958 los blancos, con el apoyo ruralista y el de numerosos descontentos de la capital, recuperaron el gobierno después de largas décadas en la oposición. Pese a las promesas electorales, los blancos no reformaron la burocracia ni liquidaron la industria en crisis, sino todo lo contrario, aumentando el descontento popular.
En Paraguay, comenzaron en 1928 una serie de enfrentamientos militares en la frontera con Bolivia. En 1932, esperando una rápida victoria que le permitiera apoderarse del Chaco paraguayo, vía de salida a la red fluvial del Plata, Bolivia declaró la guerra. Se trataba de una reivindicación geoestratégica, vital después de la pérdida territorial con Chile, que le permitiría al ejército boliviano reconquistar la honra. Sin embargo, tras una breve ofensiva boliviana el ejército paraguayo comenzó a recuperar terreno y en 1935 había llegado a los pies de los Andes. El inicio de conversaciones de paz impidió la derrota total. La victoria paraguaya reforzó la posición política de los altos jefes militares. Cuando se vio que la paz no reportaría los beneficios territoriales que esperaban recibir de Bolivia el malestar se extendió y un golpe militar (la revolución febrerista), orquestado por oficiales de segundo nivel, entregó la presidencia al coronel Rafael Franco, quien logró aglutinar a un heterogéneo grupo de partidarios del cambio, desde nazis a comunistas. La imposibilidad de lograr la paz provocó un nuevo golpe, en 1939, que permitió la restauración liberal, bajo la presidencia del general Marshal José Félix Estigarribia, líder máximo de la guerra del Chaco.
La Constitución de 1940 recogió las principales banderas de la revolución febrerista y dio un marco institucional a la hegemonía militar. Tras la muerte accidental de Estigarribia, en 1941, su sucesor, el general Higinio Morínigo, cambió radicalmente sus alianzas, y desplazó a los liberales para unirse a los seguidores del opositor Partido Colorado. En 1945 Morínigo intentó democratizar el régimen con el apoyo colorado y febrerista, pero el ensayo liberalizador duró pocos meses. En 1947 un nuevo intento revolucionario apoyado por liberales, febreristas y comunistas, con un importante respaldo militar, fue reprimido con el auxilio de Perón. Tras las elecciones, se eligió presidente a Natalicio González, el ideólogo y líder máximo del Partido Colorado, favorable a ciertos aspectos del aprismo. González intentó reemplazar la dictadura militar por la dictadura de su partido, para lo cual creó una serie de organizaciones coloradas que pretendían reforzar el control político y social. El ejército favoreció el relevo de González por Federico Chaves, un moderado del Partido Colorado, que insistió en el rumbo ya trazado. La solución seguía sin ser del agrado del ejército y un golpe liderado por el general Alfredo Stroessner inauguró una dictadura militar de muy larga duración. El régimen vació de contenido al Partido Colorado y reprimió duramente cualquier intento de oposición. Stroessner fue plebiscitado en 1958 y reelegido en seis oportunidades, hasta que en 1989 tuvo que dejar el poder tras un golpe militar encabezado por el general Andrés Rodríguez.
En Chile, los efectos de la crisis fueron gravísimos, especialmente los políticos. A la caída de Ibáñez, la unión de partidos constitucionales fue incapaz de responder a la gravedad del momento. En 1932 la fuerza aérea impulsó un golpe militar, liderado por el coronel Marmaduke Grove, quien junto con un grupo de jóvenes oficiales proclamó la "república socialista". A las pocas semanas fue desplazado por sus colegas más conservadores y las elecciones presidenciales de octubre las ganó Arturo Alessandri, el candidato de una coalición centro derechista. El Partido Comunista de Chile (PCCh), una vez reorganizado, impulsó una política frente-populista, con socialistas y radicales. Estos últimos se habían apartado del gobierno en marzo de 1936 ante la implantación del estado de sitio. El apoyo radical posibilitó la elección de Pedro Aguirre Cerda como presidente en representación del Frente Popular, en una elección muy reñida que ganó gracias al apoyo de los nazis chilenos y del más influyente movimiento ibañista. Su temprana muerte, en 1941, impidió completar su obra de gobierno. En 1942 parecía que el frentepopulismo había concluido. La derecha tradicional, que no había logrado recomponerse de las anteriores derrotas, apoyó a Ibáñez en las elecciones, pero el candidato radical, José Antonio Ríos, del ala derecha del partido, se impuso con el apoyo comunista. El PCCh veía alarmado la política neutralista de Ibáñez, que encontraba un importante eco en la sociedad chilena. La muerte de Ríos permitió que el gobierno pasara a manos de Alfredo Duhalde, de la extrema derecha radical, por lo que el PCCh marchó a la oposición, desde donde intentó rehacer la alianza con la izquierda radical. Pese a los contratiempos, el sistema de partidos chileno seguía mostrándose capaz de ampliar la base social del juego político.
El nuevo triunfo del Frente Popular pareció abrir el proceso democratizador. En las elecciones de 1946 el jefe del ala izquierda del Partido Radical, Gabriel González Videla, apoyado por el PCCh, fue el candidato más votado y luego venía el candidato conservador, Cruz Coke y, al no tener mayoría absoluta, el Congreso lo eligió presidente. Para ampliar su respaldo parlamentario decidió incluir en el gabinete, junto a ministros radicales y comunistas, a militantes del Partido Liberal, el más conservador pese a su nombre. El presidente fue derechizando su política, por lo que los comunistas abandonaron el gabinete y luego le retiraron el apoyo parlamentario. Al tiempo, los sindicatos comunistas radicalizaban su postura y el PCCh avanzó en las elecciones de 1947. Ante la guerra fría y para ser visto con buenos ojos por la administración norteamericana, González Videla reprimió duramente la huelga general declarada por los comunistas, confinó a muchos de sus líderes y posteriormente ilegalizaría al PCCh. El suceso iba a tener una gran repercusión por la fuga del entonces senador comunista, Pablo Neruda. El Frente Popular había desaparecido.
El giro conservador del Partido Radical lo convirtió en mayoritario. Ante la falta de respuesta por parte de los partidos tradicionales, el populismo comenzó a ganar terreno. Carlos Ibáñez se presentó a las elecciones de 1952 con las banderas de la lucha contra la inflación, la reforma agraria, la modernización rural y la industrialización, con las que ganó a importantes sectores de las clases medias y populares. Con el único apoyo de los socialistas, Ibáñez fue el candidato más votado y el Congreso lo hizo presidente. La situación económica se hizo asfixiante y el crecimiento del déficit de la balanza de pagos llevó a Ibáñez a aplicar las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, con el aumento del malestar popular. A fin de apaciguar los ánimos, el presidente legalizó al PCCh, mientras los socialistas se reunificaban bajo la dirección de Salvador Allende, el nuevo líder de la izquierda, al converger electoralmente socialistas y comunistas. La Democracia Cristiana, convertida en la expresión reformista de los sectores medios, surgió en 1957 a consecuencia de la incorporación a Falange Nacional (una organización socialcristiana de los años 30) del ala izquierda del conservadurismo. En las elecciones de 1958, el demócrata cristiano Eduardo Frei quedó tercero por delante de los radicales y fue electo Jorge Alessandri, el candidato de la derecha, que era partidario de una política económica ortodoxa y de la apertura de la economía.